La motivación en la enseñanza para adultos

Creo que soy la persona que conozco que dedica más tiempo a abrir los cursos. Mi récord está en dos horas, aunque era un curso de varios meses y normalmente no suelo pasar de 30 o 40 minutos. El motivo de que dedique tantísimo tiempo a un trámite que normalmente se resuelve en 5 minutos es comprender cuál es la motivación de los alumnos para estar ahí. ¿Es un curso impuesto por la empresa, vienen a pasar el rato o quieren salir del paro?

La formación para adultos tiene unas características muy distintas a la que recibimos en nuestra infancia o adolescencia. Un adulto tiene sus facultades cognitivas plenamente desarrolladas y una motivación muy distinta a la que tiene un niño, lo que no siempre actúa a nuestro favor como formadores.

Al enfrentarnos a un aula llena de personas adultas, nos encontramos con importantes desafíos que no siempre se comprenden a la primera. ¿Cómo conseguimos que el adulto se interese por realizar los ejercicios y prácticas que le proponemos? ¿Por qué unos alumnos se muestran apasionados con el temario, mientras otros se aburren terriblemente? Ya sé que podemos recurrir a la respuesta fácil de «porque no le interesa», pero un alumno desinteresado es una potencial fuente de conflictos, por lo que si pudiéramos entender a qué se debe y prevenirlo, mejoraríamos el rendimiento de las acciones formativas.

De todas las figuras que impulsaron la enseñanza para adultos en el S. XX, merece la pena destacar a Malcolm Knowles, que fue el gran teórico y práctico de la andragogía como alternativa a la pedagogía, o enseñanza para niños. En realidad el término no le pertenece, ya que fue introducido más de un siglo antes por Alexander Kapp en la Alemania del S. XIX. Pero si Knowles no lo inventa, sí que lo desarrolla como nadie en torno a los años 60.

Para Knowles, la enseñanza para adultos debe apoyarse en la comprensión de su motivación, que se apoya en seis grandes principios: la necesidad de saber, el apoyo en la experimentación, la involucración personal, la disposición en el momento presente, la orientación al problema y la motivación interna. Todos estos principios se pueden resumir en una percepción simple: el adulto aprende para resolver problemas, de forma poco estructurada y mucho mejor si la iniciativa es interna.

La necesidad de saber, primer principio, establece que el adulto debe tener un conocimiento claro de la razón que motiva el proceso de aprendizaje. Mientras que el niño está sometido a un proceso de aprendizaje institucionalizado que le proporciona habilidades y conocimientos básicos para su desarrollo elaborados por otras personas, el adulto responde mejor a la formación que obedece a un objetivo claro y preestablecido.

El conocimiento de una finalidad tiene aún más importancia cuando la decisión de iniciar cualquier proceso de aprendizaje parte de una reflexión y decisión propias, antes que a una imposición externa. El adulto necesita ser responsable de sus decisiones y asumir las consecuencias de las mismas. Sólo de esta forma podrá enfrentarse con la motivación adecuada a las exigencias de los programas de estudio más duros.

Volviendo al comentario que hacía al principio sobre mis aperturas de curso, el motivo de que dedique tanto tiempo a abrir es que, aparte de repasar todos los detalles de horario, temario e instalaciones, pregunto a todos los alumnos porqué están ahí y qué es lo que esperan sacar, más allá de una pregunta rápida. Mi objetivo es sacar de cada uno de ellos un poco de conversación en la que compartan su inquietud. Es difícil, ya que acaban de conocerte, pero ahí reside la habilidad de cada formador en abrir el diálogo. Yo tengo mis trucos y otros usan los suyos, en eso no hay reglas.

Si estas cosas te parecen interesantes, te recomiendo la lectura del libro The adult Learner, 8th Ed.

Publicado originalmente en rafael-morales.com en Septiembre de 2015, este artículo se trasladó aquí al unificar todos los contenidos relacionados con formación y empleo.